sábado, 22 de septiembre de 2007

LA BRUJA


LA BRUJA

Fernando Pinto Cebrián

(De mis “Apuntes de Pensamientos y Sueños”)

Cuando llegué con el haz de leña a la espalda, la bruja seguía sentada a la lumbre.
Descargué el fardo sobre el suelo, al lado del hogar, mientras ahogaba un gemido de dolor. Los troncos mojados al resbalar habían arañado mi espalda tras rasgar mi vieja camisa.
Fuera, la nieve continuaba cayendo con la misma intensidad que horas antes, cuando a pesar del frío salí al exterior.
Todavía quedaba bastante leña por recoger para cumplir lo ordenado por la bruja, pero ya había tomado mi decisión.
Sin embargo, tenía miedo, un miedo horrible a no tener suficiente valor para llevarla a cabo.
Miré hacia el fuego y la vi, permanecía allí inmóvil, amodorrada, terrible,…
La sangre corrió más deprisa por mis venas cuando sentí entre mis dedos el mango del cuchillo que me disponía a usar.
Desde que tuve uso de razón me sentí esclavo. Dominado por la bruja nunca conocí el significado de la libertad.
Mi vida había transcurrido entre las cuatro paredes de aquella sucia cabaña.
Odiaba a la bruja con todas mis fuerzas, pero nunca había podido deshacerme de ella.
El dominio que ejercía sobre mi persona era total y la rebeldía que a diario brotaba en lo más íntimo de mí ser no tenía la fuerza suficiente para mover el motor de mi voluntad contra el hechizo.
Ya era un hombre e intuía mi derecho a ser libre.
Hoy me había dado cuenta de que la verdadera palabra era esa: intuir.
Hasta entonces había pensado en la libertad como algo desconocido, que me faltaba, pero no pasaba de ahí.
Hasta entonces no sabía nada, no era nada.
Hasta entonces no me había dado cuenta de mi error. El no poder sustraerme a la influencia de la bruja no era, como había creído, un elemental problema de voluntad, sino una falta absoluta de conocimiento de mí mismo.
Y, en ese momento, cuando poco a poco la luz se fue haciendo en mi cerebro, sentí que las fuerzas acudían a mi brazo y se transmitían al cuchillo que empuñaba.
La bruja seguía sentada frente a las llamas.
Lentamente me acerqué sintiendo como aumentaba el ritmo de los latidos de mi corazón.
Por mi frente resbalaron gotas de sudor que se helaron apenas atravesaron la piel.
Las llamas mantenían su danza macabra, en la que millares de figuras nacían y morían en breves instantes.
Y entre las sombras la vieja bruja dormitaba.
Haciendo un esfuerzo sobrehumano la tomé por los hombros y la volví hacia mí.
Sentí un estremecimiento de terror y ahogué el grito de espanto que había nacido en mi garganta cuando mis ojos se posaron sobre su arrugada cara.
La bruja estaba muerta, tal vez lo había estado siempre, quizás siempre había sido libre…

(En este mundo siempre hay ataduras que nos embrujan, que nos dominan. Ataduras que, conocidas, debemos y podemos romper).

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