jueves, 7 de enero de 2010

DEMAGOGIAS

Fernando Pinto Cebrián


Todo el mundo, unos más y otros menos, de forma consciente o inconsciente, en algún momento de su vida ha “halagado” a su propia “plebe”, en un intento de manipularla en su propio beneficio.
Unas veces con el único objetivo de “tener razón” en una discusión, otras convencer para obtener algún favor,…
Y casi siempre sin saber realmente de lo que hablamos, y mintiendo como bellacos.
Da igual, el caso es quedar por encima…
Esto es una realidad tangible a nada que observemos con atención a nuestro alrededor o miremos “nuestro ombligo”.
Y no pasa nada, porque los resultados, en estos casos, no suelen ser trascendentes.
Otro “gallo canta” cuando hablamos de agrupaciones diversas, de partidos políticos, de instituciones,…, con sus expertos en demagogia, halagadores de una plebe que es ya todo un pueblo o una parte importante del mismo.
Demagogos profesionales bien formados y entendidos en la materia.
Finalidad: que su grupo alcance lo que la ambición (en ocasiones poco honrada) de sus dirigentes marque “en beneficio de ese pueblo”.
Y no importa el color con que tinten sus ideas o aquel con que nosotros los vemos.
Ahora, su demagogia, planteada según afirma en la “verdad” (muchas veces a medias) se nos transmite por todo tipo de medios, se supera ya la oralidad de aquella interpersonal a la que hacíamos referencia al principio.
Se nos presenta en prosa, en poesía, con música, con acompañamiento de imágenes, escrita o hablada, cantada,..., aprovechando todo tipo de medios de comunicación.
Y lo peor no queda ahí.
Está en los seguidores de tales demagogos, aquellos que creen que piensan pero que sólo piensan lo ya pensado sin sumar opinión alguna, y que, a su vez, siempre con menor arte y menor acierto, con pretensiones de escritores, de poetas,…, repiten lo mismo a través de incansables y fatigosos correos electrónicos, mensajes telefónicos,… !una pesadez¡
Demagogos éstos que, además son capaces de erigirse en jueces o árbitros de cualquier contienda existente, o que, a su juicio, debiera existir…
Y sin darse cuenta de que los que sufrimos sus embates, de aquellos de primera fila y de aquellos de última, nos damos perfecta cuenta de sus maniobras, su machaconería continúa.
¿Dónde está el equilibrio?
Primero en la comprensión de la existencia de todo este tipo de demagogias.
Segundo en el contraste entre todas ellas buscando las intenciones reales
Tercero en la determinación de no hacer caso de los “envoltorios”, sino tan sólo a los resultados.
Cuarto en cerrar los oídos a los demagogos de última fila, hacedores de ruido.
Y aún así, alguna parte de nuestro cerebro resultara dañada…
¿Será mi caso?