jueves, 26 de julio de 2007

EL PAPEL DE LA RELIGIÓN EN LOS CONFLICTOS BÉLICOS

EL PAPEL DE LA RELIGIÓN EN LOS CONFLICTOS BÉLICOS

(Ponencia dentro del Curso de Verano de la Universidad de Burgos: Los conflictos bélicos, causas y efectos socio-económicos. Semana del 16 al 20 de julio en Salas de los Infantes, Burgos)
Fernando Pinto Cebrián

En algunas de las guerras del pasado y de la actualidad, la religión, como causa o justificación, planteada como tal por los contendientes, ha estado y está desgraciadamente presente.
Sin embargo, no se puede generalizar afirmando categóricamente que tal presencia ha sido siempre la misma en todas los conflictos bélicos, porque en realidad no ha tenido siempre la misma intensidad.
Intensidad que ha dependido de la forma y del grado de implicación del hecho religioso en la sociedad y de la influencia ejercida, en mayor o menor medida, sobre la visión que, de su entorno y de las relaciones con los ajenos al mismo, tenían los dirigentes responsables de decidir la guerra.
Variación de intensidad que aflora al analizar la Historia de la humanidad bajo el prisma de la guerra, al tiempo que apunta la evolución del nivel de la relación entre la religión, como factor aislado o combinado con otros (políticos y económicos fundamentalmente), y el hecho bélico.
Análisis necesario para la comprensión del papel actual de la religión en los conflictos armados. En resumen, concretar la evolución en el tiempo de:

1.- el nivel de relación entre la religión y la guerra
2.- el nivel de justificación que aporta la religión a la guerra
3.- la visión actual sobre tal relación y justificación.

En términos de lo general, desde la edad antigua hasta hoy, tal focalización analítica por parte de algunos historiadores, polemólogos y pensadores militares, viene a determinar, resumiendo los hitos más significativos, lo siguiente:

. Tiempo de las Mitologías:
En las cosmogonías y mitologías de todas las civilizaciones históricas, las guerras entre los dioses, y entre éstos y los demonios, fueron una constante.
Guerras que se hacían extensivas a los conflictos entre los hombres que combatían por orden divina (“guerras santas” en sentido extenso).
Eran unos dioses guerreros y victoriosos en nombre de los cuales los hombres declaraban la guerra y firmaban la paz.
Así, tanto en Asiria, como en el antiguo Egipto, en la Grecia y en la Roma antiguas,…, aunque en ocasiones no hubiera un interés específico religioso en la guerra, los dioses estaban presentes apoyando o abandonando a los combatientes. De ahí, la necesidad de los ritos sagrados buscando su favor y, por ende, la victoria sobre los enemigos: construcción de templos, sacrificios propiciatorios antes del combate, ofrecimiento de parte del botín a los dioses, sacrificio de prisioneros,…

. Aparición de las religiones monoteístas:
En los comienzos del monoteísmo (judaísmo, cristianismo, islamismo), ese dios guerrero y combativo siguió estando presente. Era un dios que recogía las virtudes de los dioses desaparecidos pero que seguía siendo el “dios de los ejércitos”.
En el Antiguo Testamento, Dios permite la guerra y manda hacerla a los hebreos contra los idólatras. Así se cita en varias ocasiones (unas 35) en la Biblia (1).
Atendiendo a tales órdenes divinas, algunos autores hablan de “guerra santa”. Guerra que, sin embargo, no tiene el sentido islámico ya que aquí se hace la guerra para defender la religión y no para expandirla. Razón por la cual otros autores han considerado esta guerra más “guerra de religión” que “guerra santa”.
Sin embargo, es también un Dios de paz por cuanto la guerra es sólo un instrumento para contener y castigar los pecados del hombre y de sus naciones.
En el Nuevo Testamento, el Dios que ordenaba la guerra y que mediante ella, aniquilaba al enemigo es ahora un Dios (el mismo) pacificador, aunque permite la guerra. Guerra que es un mal, un castigo para el que la sufre, incluso para el pueblo de Israel.
Los cristianos primitivos siguiendo el no matarás (Éxodo. Decálogo 20:13) rechazaron la guerra por ser pecado. No obstante, la Iglesia, ante el dictamen bíblico de no oponerse al Gobierno que Dios da a los hombres, contemporizó de alguna manera con el poder establecido en relación con las actividades militares.
En cuanto a los musulmanes, desde el nacimiento del Islam, Allah ordena expresamente a sus fieles que se haga la “guerra santa” contra los idólatras y los no creyentes (entre ellos los judíos y los cristianos) . Así aparece recogido en muchas de las Suras del Corán (2): ¡Combatid contra quienes, habiendo recibido la Escritura no creen en Dios ni en el último día, ni prohíben los que Dios y su Enviado han prohibido, ni practican la religión verdadera… (Sura 9, Aleya 29).
Guerra perfectamente reglamentada en el Quitab (el Libro Sagrado) que explicita contra quien se ha de hacer (los vecinos infieles del territorio del Islam), cuando hacerla (tras el rechazo por parte de los infieles a convertirse), condiciones para evitarla (convertirse al Islam; judíos y cristianos podrían permanecer dentro del territorio del Islam previo pago de tributo), manera de repartir el botín (un quinto para Alláh y los suyos), y señalamiento de las prácticas prohibidas (mutilación y despiece de los cadáveres del enemigo y la matanza indiscriminada de inocentes y población civil).
“Guerra santa” que, dentro o en la consideración de al-yihad (esfuerzo en el camino de Dios, individual y colectivo, para defender y difundir el Islam tanto violenta como pacíficamente), es, por tanto, en cuanto orden divina, una tarea obligatoria para todo musulmán, de manera que algunos la han venido a considerar el sexto pilar del Islam.
Islam que aplicando el resorte religioso a su sistema nómada de razzias (su forma inicial característica de hacer la guerra) alcanzó un imperialismo teocrático y de raza.

.Edad Media:
Entre los siglos XI y XIII, en la comprensión de la irremediable presencia de la guerra como hecho consustancial al hombre, la Iglesia, queriendo hacer efectiva su ambición hegemónica sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, toma la iniciativa por primera vez en una gran guerra (3) apoyándose en los intereses expansionistas de la nobleza y la búsqueda del control comercial con Asia: las Cruzadas. Cruzadas en las que se utilizó el rechazo religioso al Islam para movilizar el espíritu cristiano de los cruzados cubriendo otros intereses ajenos a la religión.
De todas formas, para la Iglesia era “guerra santa” puesto que se trataba de arrojar fuera de la Ciudad del Señor (Jerusalén) a los infieles. Y “guerra santa” también para los musulmanes por cuanto estaban obligados por Allah a defenderse de los cristianos.
Concepto de “Cruzada” (unión de pueblos y soberanos bajo el papado) que fue aplicado también a otras guerras contra los herejes (caso de la Reconquista en España, o contra los albigenses en Europa).
Más adelante, los teólogos (fundamentalmente Santo Tomás de Aquino en el siglo XIII (4)) presentaron la teoría de “guerra justa”, guerra que permite participar al cristiano sin pecar, para reparar una injusticia y combatir a los infieles cuando rechazaban la conversión tras una o dos advertencias (lo que resulta una aproximación al Islam).
“Guerra justa” que, en manos de los gobernantes, podía llegar a ocultar también otros objetivos ajenos a la religión.

. Edad Moderna:
La religión también jugó su papel en las guerras contra los indígenas infieles durante las colonizaciones. Así, tras el establecimiento de la obligación a la Corona de Castilla (Bulas Inter Caetera del Papa Alejandro VI) de convertir a todos sus súbditos al cristianismo católico, se utilizarían variados procedimientos para lograr las conversiones solicitadas. Uno de los primeros fue el requerimiento: el conquistador leía a los indígenas, en castellano (lengua que los indígenas no entendían), un manifiesto en el que se les pedía que destruyeran sus templos y sus ídolos adoptando el cristianismo como nueva religión. Si la contestación era negativa (lo habitual), el conquistador podía combatirles en “guerra justa” (conquista a través de la “cruz y la espada”).
Más adelante, ya en el XVI, en una época en la que la idea de la patria estaba poco clara, se luchaba por lo que se amaba o se odiaba, apareciendo el fanatismo religioso al lado del político en la motivación de las guerras europeas.
Así, la Reforma protestante y la Contrarreforma católica dieron pie a unas “guerras de religión” con un encarnizamiento poco común.
Guerras en las que la religión fue un elemento movilizador eficaz. Fue el caso de los conflictos contra los anabaptistas (Guerra de los Campesinos, 1524-1525) perseguidos tanto por papistas como luteranos; de las Guerras de Religión en Francia (ocho guerras entre 1562 y 1598) con el enfrentamiento entre católicos y hugonotes al que se superpusieron enfrentamientos políticos y sociales; de la Guerra de los Ochenta Años o Guerra de Flandes (1568-1648), guerra con fuertes intereses económicos junto a los religiosos (para España era inaceptable gobernar sobre herejes calvinistas) y que propició la separación de los Países Bajos en un norte protestante y un sur católico; de la Guerra de los Treinta Años (1618-1648) en el Sacro Imperio, inicialmente conflicto religioso entre luteranos y cristianos; y de las Guerras de los Tres Reinos (Inglaterra, Irlanda y Escocia) (1639-1651) en las Islas Británicas, guerras originadas por las tensiones entre el rey Carlos I Estuardo y sus súbditos por asuntos religiosos (dependencia o no de la religión del monarca) acompañados de problemas civiles (limitación del poder real por el Parlamento).

. Edad Contemporánea:
Algunos autores han tomado el Tratado de Westfalia (1648) como el hito que cierra el final de las guerras de religión, sin embargo, lo cierto es que la religión, de alguna manera, aunque con diferente nivel de implicación, ha seguido estando presente el algunos conflictos posteriores, según la consideración de algunos historiadores.
Es el caso de la Guerra de la Convención de los Pirineos o del Rosellón (1793-1795), entre la España católica y la Francia atea; de nuestras Guerras Carlistas (1833-1839) con el lema, del lado carlista, de “Dios (defendiendo la religión contra los ataques liberales al clero), Patria y Fueros”; de la colonización africana del XIX en base a la ideología de las tres “C”: “civilización” de África por el “Cristianismo” y por el “comercio”; de la Revuelta de los Cristeros o la Cristiada (1926-1929), dentro de la revolución Mexicana, considerada no sólo como revuelta política, movimiento popular, y guerra civil,… sino también como guerra de religión entre los cristianos armados y el Ejército Federal ante la intención del Gobierno de Elías Calles de sujetar la religión al Estado; y asimismo, de la Guerra Civil Española en la que, en el lado rebelde, se unió lo religioso a lo patriótico, unión base de la denominación para tal guerra, luego manipulada y publicitada por el poder y la Iglesia, de Cruzada.
Así pues, de acuerdo con lo expresado, no es por acaso que la religión haya sido considerada motivo de guerra por diversos tratadistas militares dedicados al estudio de la Filosofía y del Arte de la Guerra, recogiendo, como consecuencia, en sus textos y diccionarios, dentro de las diferentes clasificaciones de la guerra, el concepto de guerra de religión (no el de “guerra santa”), y que, asimismo haya sido motivo de análisis por aquellos dedicados a la polemología, generalmente en la consideración de “guerra justa”.
Entre los pensadores militares de la España de XVIII, en cierta consonancia con los europeos, el Marqués de Santa Cruz de Marcenado (5), el más grande escritor militar del siglo (considerado el clásico entre los clásicos castrenses, dentro y fuera de la milicia), enunciaba en su obra Reflexiones Militares (1724) (6) una tipología de la guerra en la que aparece, al lado de otras guerras (defensiva de diversos tipos, preventiva, etc.), aquella que se emprende por defensa de la religión con la finalidad de defender o extender la religión (7).
Tipo de guerra que más adelante amplía con explicaciones sobre la guerra contra infieles o bárbaros (indígenas americanos, sarracenos, turcos y heréticos) perseguidores de nuestra religión en un momento en el que la ética había ya superado tal tipo de conflicto, guerra a la que califica de justa aunque falten otras motivaciones debido a que tal guerra lo es siempre que vaya acompañada con la intención de agregar a la Ley del Evangelio los países adquiridos (8); justa además por hacerse contra los enemigos de la Cristiandad, habida cuenta que la experiencia nos enseña, que ellos ocasionan a ésta los mayores estragos siempre que se hallan con oportunidad de ejecutarlos (9).
Fuera del campo teórico de los tratados militares, algunos historiadores del XIX continuaron recogiendo la existencia de guerras de religión a finales del XVIII.
Es el caso, por ejemplo, de Antonio Ballesteros Beretta (10) al referirse a la Guerra del Rosellón, de los Pirineos o de la Concordia (1793-1795) señalando que, tras el manifiesto de declaración de guerra a la república francesa por parte de Carlos IV, el sentimiento popular, hondamente religioso y monárquico (pueblo de altar y monarquía), acogió entusiasmado esta guerra, que tenía el carácter de cruzada, para sostener sus ideales contra los desenfrenos de la revolución (11). Jorge Vigón, el historiador, justificaba el calificativo de cruzada en la inspiración religiosa del aliento popular a tal guerra (12).
Los escritores militares españoles del XIX, al compás de la idea de separación entre la religión y el estado con el predominio de las leyes humanas sobre las divinas, dejaron de incluir en sus clasificaciones de las guerras aquella de religión.
Así su referencia no aparece ya en los textos militares más significativos del siglo; entre ellos el Diccionario Militar. Español-Francés (1828) de Conde Don Federico Moretti, Brigadier de Infantería (13), el Vocabulario Militar (1849) del Brigadier Luis Corsini (14), las Nociones del Arte Militar (1862) de Francisco Villamartín (15), uno de las tratadistas más significativos del siglo, y el Diccionario Militar (1869) de José Almirante (16), uno de los últimos importantes del XIX.


. Actualidad mediata:
También en conflictos armados próximos a nosotros, la religión ha estado presente junto a otros intereses.
Entre ellos se han de citar: el Ulster, si lo consideramos guerra por la intervención del ejército inglés (conflicto ya solucionado), con el enfrentamiento de los católicos que querían la unión con Irlanda y los protestantes que querían seguir siendo parte del Reino Unido (conflicto de carácter político en el que la religión ha servido para identificar a cada grupo y marcar diferencias entre ambos); la ocupación militar China del Tíbet (1950) y la implantación de su política antirreligiosa; el exterminio de los nacionalistas religiosos sijs del Punjab por el ejército del Gobierno Indio (1984); la Guerra de los Balcanes (iniciada en 1990 cuando eslovenos y croatas en su mayoría católicos se escindieron de los serbios ortodoxos), un conflicto caracterizado por el enfrentamientos con gran crueldad entre distintas comunidades (serbios por un lado y croatas, bosnios y albaneses por otro, y entre bosnios y croatas en Bosnia-Herzegovina) en atención a sus diferencias religiosas junto a diferencias políticas, económicas, étnicas y culturales, sobre todo en Kosovo (musulmanes de origen albanés y serbios ortodoxos) y en Bosnia (bosnio-croatas católicos, bosnios musulmanes y serbio-bosnios ortodoxos); la Guerra de Afganistán (1979-1989) con la resistencia de la guerrilla islamista (yihad) a la presencia de la URSS; la Guerra Irán-Irak (1980-1988), sobre el soporte de conflictos territoriales, entre el régimen baazista laico de Sadam Hussein y la República Islámica (chiita) del ayatolah Jomeini; la guerra de Chechenia (1994-1996 y 1999-2001), en la que al interés ruso de dominar el Caucaso para el control del petróleo centroasiático se enfrentaron los nacionalistas chechenios unidos por la religión musulmana como hecho diferencial (hoy base del actual fundamentalismo terrorista separatista); y los conflictos en Oriente Medio (iniciados con la guerra civil del Líbano en 1975) en los que inicialmente la religión era un elemento más del problema pero no el origen del mismo, y que, por su actual continuidad y la aparición del terrorismo islámico, permite a algunos analistas hablar de “guerra de religión”.
Periodo del que no hay que olvidar la ayuda encubierta prestada por los EEUU, en su cruzada anticomunista contra la URSS, a los políticos islamistas de la década de los 50 en su “guerra santa” contra los soviéticos.

De acuerdo con lo apuntado, en cuanto a los dos primeros objetivos marcados al comienzo (evolución del nivel de relación entre la religión y la guerra, y del nivel de justificación que la religión aporta a la misma) podemos concluir, de forma general lo siguiente:
Ambos niveles (de relación y justificación) han evolucionado en el tiempo: desde los mandatos u ordenes divinas de hacer la guerra y sus intervenciones en ellas (“guerras santas”), que implicaban una justificación directa de la guerra (defensa y o expansión de la religión) por encima de otros intereses humanos subyacentes, pasando por guerras en las que lo religioso, aunque bajando de nivel por la desaparición de la intervención divina ( ahora “guerras de religión” en su defensa), sigue apareciendo por encima de otras justificaciones e intereses humanos (no divinos), hasta aquellos conflictos en los que la religión, consecuente con su pérdida de autoridad sobre los asuntos políticos de los hombres, ya no tiene el protagonismo anterior y deja de ser el motivo principal de justificación de la guerra (es sólo ya un factor coadyuvante más que refuerza a otro u otros factores no religiosos de mayor importancia).
Así, en una visión de conjunto podemos argüir que cuando en las guerras aparece el componente religioso como motivación, lo hace generalmente no de forma aislada, sino acompañado de otros, en algunos casos enmascarando los principales, de carácter político, económico, incluso ideológico. Componente religioso que, de todas formas, se presenta siempre como un eficaz factor movilizador para la guerra dando unidad y fuerza de razón a los contendientes.

. Actualidad inmediata:
En la actualidad, ya en el siglo XXI, la relación entre la guerra y la religión ha cobrado aparentemente importancia, y así aparece constantemente en todos los medios de comunicación social (influyentes, a su vez, en la concepción de la misma) tras la aparición de Al-Qaeda (“la Base”) y los atentados suicidas del 11 de septiembre de 2001, en Nueva York, Washington y Pensilvania, y las invasiones de los EEUU a Afganistán (2001) e Irak (2003).
El debate que se nos plantea hoy atendiendo al tercer objetivo apuntado al inicio (tendencias actuales de la relación entre la religión y la guerra y su empleo como justificación en la misma), debate que aquí no cerraremos por su complejidad, es el siguiente:

. ¿Existen en el momento actual guerras de religión?
. En el “choque o guerra de civilizaciones” (entre la cristiana y la musulmana), cuya existencia plantean algunos analistas, ¿la religión es factor determinante o, en su caso, sólo importante?

Respecto al punto primero (existencia o no de guerras de religión) apuntamos las siguientes consideraciones:
La caída del comunismo, el recrudecimiento de la violencia entre palestinos e israelíes y el auge del fundamentalismo (17) , no solo del islámico, sino también del cristiano de la mano de los neocons de los EEUU, tras el atentado citado como catalizador, han reactivado la consideración de lo religioso en los enfrentamientos actuales, principalmente del lado islamista.
Así, como ejemplo de tal afirmación valgan los últimos titulares (en línea con muchos anteriores): guerra contra el extremismo religioso (referencia reciente a los combates en Líbano contra el grupo Al Fata al Islam próximo a Al Qaeda y a las luchas en Gaza entre Hamás y Al Fata), guerra o combate al terrorismo islámico en Afganistán, Irak,… (en referencia a la lucha contra Al Qaeda y grupos terroristas afines)… Estamos pues en una guerra en la que se apuntan, al menos para uno de los contendientes, ciertas connotaciones religiosas.
Ambos bandos acreditan estar en guerra, y en “guerra justa” pero, antes de calificarla, esta “guerra”, que así a parece en los medios de comunicación social, ¿puede ser considerada o no como tal bajo el prisma militar?
Simplificando. En tal tipo de conflicto intervienen, por el lado occidental fuerzas armadas (y policiales) y por el otro terroristas (en algún caso organizados en milicias), lo que permitiría enmarcar el mismo, dentro de la tipología de la guerra al uso, en guerra calificada de “no convencional” (no hay enfrentamiento entre ejércitos o conjunto de ellos, lo que caracteriza a una “guerra convencional”), siempre y cuando al enemigo, a los terroristas, se les considere, combatientes irregulares, lo que supondría tomar a los yihadistas o muyahidines como guerrilleros o insurgentes.
Sin embargo las fuerzas occidentales (EEUU y aliados e Israel), no atribuyen al enemigo, los yihadistas, por su calificación de terroristas, el carácter de combatientes y por lo tanto consideran que no les puede aplicar, aun en el caso de que participen en combates de tipo militar, la jurisprudencia que acompaña a tal carácter; sin embargo, curiosamente, acciones terroristas desarrolladas por parte de servicios secretos y unidades especiales del lado occidental han sido contempladas desde antes en el contexto de una “guerra irregular, no convencional” apoyando o no a una “guerra convencional”.
Para este bando habría simplemente, aunque hablen de guerra y empleen fuerzas armadas, lucha contra el terrorismo puro y duro (no sólo el fundamentalista islámico aunque den preferencia a éste), y además sin implicaciones religiosas directas.
Por eso, a pesar de que el Presidente Bush y sus neocons hablen de “guerra entre el bien y el mal” y de que el Islam es una religión dañina y perversa, las fuerzas armadas, en los territorios musulmanes que ocupan, no imponen el cristianismo, en todo caso sólo su sistema político.
En esta concepción hay que tener en cuenta que los norteamericanos no distinguen (ahora interesadamente) entre actos puramente terroristas y acciones de resistencia, de liberación o lucha por la justicia y la igualdad económica y social; cualquier tipo de violencia reivindicativa se tilda de terrorismo y es contestada por métodos bélicos (18).
Para el contrario, para los muyahidines yihadistas, está claro que, a pesar de la instrumentalización que hacen del Islam con fines políticos (en tal religión, lo religioso y lo político están íntimamente unidos), hay “guerra de religión” al enfrentarse a infieles (“cruzados y sionistas”), los EEUU y sus aliados por cuanto son estados ateos que se rigen por un sistema muy contrario al concepto islámico del Estado, y a Israel por ser un país usurpador, enemigo ancestral de los árabes y de los musulmanes (19).
Una guerra en la que presentan, ante la falta de un ejército convencional, unas fuerzas integradas por combatientes, guerrilleros, insurgentes o como se les quiera denominar, en suma terroristas fundamentalistas islámicos, que manipulan y utilizan la religión, o mejor, una interpretación sesgada de la misma, para atraer, por su eficacia movilizadora (captación de nuevos combatientes) a nuevos seguidores que luchen contra el infiel, dotarles de un sentido de unidad, fueren de la nacionalidad que fueren, y de cierta estructura organizativa de base, al mismo tiempo que, a través de su especial interpretación del Corán, convertir en arma posible (atentados suicidas) a cada uno de ellos.
Decimos “interpretación sesgada” o “especial interpretación” del Islam en atención a que, en su “rigurosa” (“fundamentalista”) lectura del texto coránico, aplican en el contexto actual la “guerra santa histórica”, aquella ordenada por Allah en un momento histórico determinado, momento ya superado.
Es por eso por lo que, aunque a los yihadistas no les disuada, las masacres de su yihad violenta, no son consideradas dentro de una “guerra santa” por el resto de los musulmanes (incluso algunos líderes religiosos han considerado ilegal la yihad de Al-Qaeda y de sus seguidores a través de diversas fatwas).
Interpretación que abandona el Islam tradicional, que rompe con el pensamiento islámico evolucionado y las escuelas jurídicas existentes, para la creación de uno nuevo, un tanto superficial, que ofrece cobertura jurídica a su personal concepción de la “guerra santa”, de una yihad que permita la muerte de civiles inocentes en la idea de que Allah los acogerá (esto es nuevo), lo mismo que a sus “mártires”, en el Paraíso.
En el fondo de la cuestión estamos ante un nuevo islamismo, un anti-islamismo al enfrentarse al tradicional, que con su neo-yihadismo violento es capaz, incluso, de atacar a otros musulmanes al considerarlos traidores por sus relaciones con los infieles (ejemplo reciente lo encontramos en Bagdad: ataque de mezquitas sunnies en venganza del realizado en su día por sunnitas vinculados a Al-Qaeda a la mezquita chii Askariya en Samarra; también en el Líbano: entre Fatah al Islam y Hamas; y más recientemente la ocupación con rehenes por radicales armados de la mezquita de Islamabad, en Pakistán, en solicitud al Presidente Musharraf de su vuelta al “verdadero” Islam y el abandono de sus relaciones con los EEUU).
Por otro lado y en cuanto a la opinión de las respectivas “iglesias”.
Si para los dirigentes religiosos fundamentalistas del Islam la yihad es clara, desarrollándose una “guerra santa”/”guerra de religión”, no lo es así para los dirigentes religiosos musulmanes tradicionalistas (para ellos el terrorismo no tiene religión y está, por lo tanto, fuera del Islam).
Por su parte, la Iglesia Católica, según algunos de sus portavoces, no cree que haya guerras de religión, ni que vaya a haberlas a pesar de los conflictos existentes entre lo occidental y lo oriental (20).
Para tales comunicadores, la Iglesia actual, fuera de toda beligerancia (la religión ya no se defiende ahora con las armas), al margen de no propiciar la guerra (asunto incuestionable) de acuerdo con su ya tradicional condena a la misma, busca por todos los medios la relación entre los posibles contendientes para, de una forma u otra, evitarla (resolución del conflicto sin las armas).
Como ejemplo último apuntan a la intervención (diplomática y no de mediación) del Papa Juan Pablo II para intentar evitar la guerra entre Irak y los EEUU, y la actual del Papa Benedicto XVI quien pidió al Presidente de los EEUU, George Bush, en su reciente visita al Vaticano (08-06-2007), la búsqueda de una solución negociada y regional a los conflictos en Oriente Próximo, a la vez que le manifestó su preocupación por Irak.
Por lo tanto, al margen de toda propaganda interesada, y dados los intereses en juego de un lado u otro de los contendientes: defensa del terrorismo islamista (o de cualquier otro) que dificulta la hegemonía política, económica y de seguridad por parte de los EEUU, Israel y aliados en Oriente, y alcanzar, por parte de los grupos islamistas, el poder político en Dar-el Islam o en el Turábun al-Islam (la “casa del Islam” o la “tierra del Islam”) para hacer efectiva su promesa de volver a la sociedad justa de los primeros tiempos del Islam, escapando a la pobreza y al subdesarrollo actual propiciado, según ellos, por los infieles de los EEUU, de Israel y de sus aliados, con su forzada occidentalización y su desprecio a su tradición y religión, podemos concluir que no estamos realmente ante una “guerra de religión” en su estricto sentido (defensa de la religión como único objetivo con participación moral de la Iglesia y de la umma, jefatura de la comunidad musulmana), ni mucho menos ante una “guerra santa” ordenada por Dios, sin embargo, hemos de considerar por su importancia que algunos de los neocons norteamericanos así la toman, aunque sus soldados no se sienten “cruzados”, y que los integristas o fundamentalistas islámicos (una parte mínima del Islam) la sienten como tal, combatiendo con el Corán en la mano.
Realmente estamos ante una guerra asimétrica (en atención a la gran desproporción de fuerzas entre los contendientes) (21), en la que el factor religioso (bien explotado por la propaganda), es uno más, entre los empleados para justificar el conflicto, tanto en uno como en otro lado, sobre todo en el islamista, transformado en religiosidad violenta como mecanismo de reacción ante la presión occidental. Así no estamos ante una guerra de religión, sí ante una guerra en la que se explota, principalmente en el lado del débil militarmente hablando, la religión.
Una guerra en la que los judeo-cristianos cuentan con héroes y “mártires defensivos” (aquellos que sufren los atentados, tanto militares como civiles) y los árabo-musulmanes con “mártires ofensivos”, aquellos que mueren matando al enemigo (sea éste civil y militar) (22), de ahí que se hable de “guerra de religión” (sobre todo del lado musulmán y en algún sector judío y cristiano radical), sin embargo, ninguno de los contendientes, aunque consideren teóricamente la religión del enemigo como fuente de sus males, se plantea como objetivo primordial, único, la desaparición, de la religión del otro por la fuerza. Resulta absurdo pensar que los fundamentalistas islámicos puedan acabar con la religión cristiana o judía en sus territorios de asentamiento y lo mismo en cuanto a terminar por parte de los occidentales con el Islam en Dar el-Islam. Hay otros intereses prioritarios (políticos y económicos) que sumar al factor religioso.

El planteamiento actual de la existencia de un choque o guerra de civilizaciones (segundo punto a tratar), junto a la existencia de un complot islámico, nace en 1990 en los EEUU de la mano del estratega norteamericano Samuel Huntington y en Europa a través del orientalista británico Bernard Lewis y del francés Laurent Murawiec. Objetivo: proporcionar a los EEUU un enemigo nuevo, de repuesto, para sustituir a la URSS (1991).
De todas formas hay que tener en cuenta que a finales de los noventa, para muchos expertos, la rápida y vasta difusión de (tales) teorías de confrontación de civilizaciones desde ambas partes, (eran consideradas como) insensatas y supuestas, (y por lo tanto) no eran sino apresuradas e interesadas especulaciones carentes de auténtica honestidad y enjundia intelectual y de una pasmosa osadía, en especial por la amplia ignorancia que acreditaron del conocimiento suficiente, contrastado y ponderado de muchos aspectos básicos de la cuestión (23).
Fuera cual fuere la interesada opinión sobre el planteamiento de tal confrontación o choque, la base esencial del mismo, el conflicto entre árabes-musulmanes y occidentales (judíos y cristianos), entre “buenos y malos” según afirma ahora el Presidente Bush, hay que buscarla mucho tiempo antes.
La encontramos en el desmembramiento del Imperio Otomano, al término de la 1ª Guerra Mundial, cuando Gran Bretaña y Francia tomaron el control de gran parte de Oriente Medio de acuerdo con los mandatos de la Sociedad de Naciones y trazaron fronteras según los intereses europeos, lo que dio pie al surgimiento de movimientos nacionalistas que propiciaron el nacimiento, con desconfianzas entre ellos y hacia los países occidentales, de los nuevos estados árabes: Irak, Kuwait, Siria, Líbano y Jordania. Aunque el mayor problema surge cuando, en Palestina bajo mandato británico, el medio millón de judíos allí establecidos entre la población árabe palestina declara el Estado independiente de Israel (1948), Estado que se consolida más tarde en la “Guerra de los Seis Días” con la ocupación de Jerusalén (1967), ciudad santa también para el Islam (La creación del estado judío de Israel es una constante en el discurso islamista que con frecuencia desentierra la histórica tensión entre musulmanes y judíos desde la aparición del Islam (24))
Después, en el convencimiento de que desde mucho tiempo atrás el Occidente judeo-cristiano ha sido el agresor y el Islam el agredido, el odio y la desesperación árabo-musulmán se transformó en terrorismo apareciendo la dinámica de acción-reacción: terrorismo por parte de éstos y respuestas violentas por parte de los occidentales. Dinámica que resulta pues anterior al planteamiento del anunciado “choque de civilizaciones” y que no existiría ahora, según los árabo-musulmanes, sin la intervención de los “nuevos cruzados”.
Asimismo, hay que tener también en cuenta que, la posibilidad o la realidad de tal confrontación sentida en aquel entonces, no tuvo la exagerada difusión mediática actual desarrollada tras los atentados suicidas del 11 de septiembre del 2001; atentados que la administración Bush imputó de inmediato a un “complot islamista” y que fueron interpretados tanto en los EEUU como en Europa como la “primera manifestación del choque de civilizaciones” ya antes anunciado.
La razón principal del salto dado ahora desde el nivel estrictamente teórico intelectual a la palestra pública, bajo el auspicio de los “neoconservadores” en el poder norteamericano (algunos de los cuales califican el “choque” de “profético”), planteando además como respuesta una “guerra mundial contra el terrorismo”, resulta, según expertos en el tema, de la necesidad por parte de los EEUU de la inmediata puesta en práctica de una teoría justificativa de su actual política exterior (cambio de enemigo potencial).
Así el concepto de terrorismo es la gallina de los huevos de oro para justificar su política exterior basada en intereses económicos y estratégicos (25). Es el enemigo “global” que necesitaba la hiperpotencia norteamericana, con supremacía aplastante en las esferas tradicionales del poder: política, económica, militar, tecnológica y cultural para su afirmación patriótica nacionalista y liderar una versión moderna del imperio universal (26).
Teoría planteada, pues, con oportunidad y con gran difusión mediática, aprovechando la visión de un atentado apocalíptico islamista en suelo norteamericano (la primera vez que esto ocurría) y el terror consecuente generado en todo el mundo (terror luego exacerbado con los atentados con ántrax de una semana después, a pesar de la imposibilidad de demostrar su conexión con Al-Qaeda).
Para ello, el discurso oficial norteamericano ha insistido en la idea de que los atentados han sido un hecho único y extraordinario durante toda la historia (27), olvidando interesadamente la explicación de los atentados (injustificables) como respuesta (acciones hostiles a los EEUU) encadenada a las acciones violentas (políticas y militares) de los EEUU en el exterior. No es por acaso que en todo el mundo , y en particular en los países del Sur, el sentimiento expresado con más frecuencia en la opinión pública ante esta tragedia fuera: “lo que les ha pasado es muy triste, pero se lo tienen merecido” (28).
Así, de acuerdo con lo dicho resulta un tanto sospechoso exponer ahora unilateralmente (al menos al principio) y de forma tan categórica la afirmación de que el atentado del 11-S era la primera manifestación del “choque” (violento) o de la “guerra de civilizaciones”, incluso compararlo demagógicamente con la acción japonesa de Pearl Harbor, cuando, en este caso, ese choque entre una civilización moderna (la occidental judeo-cristiana) y otra arcaica (la oriental arabo-musulmana), si lo tomamos como tal, ya se había iniciado hace tiempo.
Si, por otra parte, acudimos simplificadoramente al concepto de civilización: conjunto de ideas, creencias religiosas, ciencias, técnicas, artes y costumbres propias de un determinado grupo humano, no se alcanza, al menos de momento y en un mundo globalizado, la idea de que ambos contendientes traten de “civilizarse” mutuamente a través de las armas.
Tiene que haber algo más en ese “choque” si planteamos su existencia actual. Y ese algo son las razones profundas, estratégicas, que cada uno de los contendientes tienen y que traen de lejos: necesidad de un enemigo sustituto del comunismo para el desarrollo de su nacionalismo y su hegemonía política (en este caso para la creación, a su gusto, del “Gran Oriente Medio”, desde Mauritania a Pakistán) y económica (control del petróleo de la región) del lado Occidental, e independencia política y económica (defensa de sus recursos) sobre sus propios territorios históricos, del lado árabo-musulmán.
Razones que, de alguna forma, intentan ser cubiertas por ambos bandos, tímidamente por los neocons y en mayor medida por los fundamentalistas islámicos, con la explotación del factor religioso al objeto de mantener las movilizaciones a su favor basadas en el miedo al aplastamiento de su religión por la del enemigo y, como consecuencia, del resto de valores de su civilización.
Hay pues causas político-militares, económicas y religiosas en ambos bandos aunque con diferente grado de apreciación y aplicación.
Fuera de la consideración de la existencia de tal “choque o guerra de civilizaciones”, la religión no es pues el elemento fundamental, el único, que lo justifique. Está ahí indudablemente como un factor más del conflicto, nada despreciable, aunque explotado interesadamente por la propaganda de ambos bandos para parezca el principal.
Así, se podría llegar a considerar como esencial la existencia de una acción-reacción entre los factores religiosos de ambos bandos: el factor religioso fundamentalista islámico con sus planteamientos radicales y su terrorismo mueve el factor religioso judeo-cristiano con sus respuestas violentas, y a la inversa.
De acuerdo con lo dicho, la propaganda norteamericana, simplificando, hace ver a la opinión pública internacional que en esta “guerra mundial contra el terrorismo” no hay más terrorismo que el calificado de islamista (29), es decir, un terrorismo religioso propiciado por el Islam contra los valores occidentales, siendo por ello, tal religión, el gran peligro para América y la libertad (opinión a la que se une Israel aludiendo que ya lleva años luchando contra las fuerzas del mal y de la oscuridad (30)).
Su alusión al Islam como enemigo recupera el viejo estereotipo medieval y ayuda a la nueva e interesada división del mundo en dos bloques: los occidentales (los “buenos”: demócratas, libres, desarrollados, cultos,…) y los orientales-musulmanes (“los malos”: fanáticos, atrasados, incultos,…), origen del fundamentalismo religioso y del terror aplicado contra Occidente.
Por su parte, la propaganda, también simplificadora, de los grupos islamistas apunta a que el Occidente actual , es la prolongación de las Cruzadas medievales y es el principal responsable del derrumbe del califato islámico con la caída del Imperio Otomano a manos de la “nueva alianza de cruzados”, encabezada por Inglaterra y Francia en la 1ª Guerra Mundial (31), y que ahora los EEUU y sus aliados, cómplices de Israel, cristianos y judíos, desde el odio y el rencor permanente al Islam y a los musulmanes, tratan de hacer desaparecer su religión, borrar su identidad y explotar sus recursos económicos (alusión al petróleo) por lo que hay que defenderse con la yihad. A tal comprensión ha ayudado la manifestación de Bin Ladem (27 de diciembre de 2001) tras los atentados del 11-S: Occidente en general, y los EEUU en particular, tienen un odio indecible por el Islam…El terrorismo contra los EEUU es benéfico y está justificado (32). No obstante la consideración religiosa de fondo aludida, resulta curioso que el terrorista suicida del reciente atentado contra turistas en Yemen, antes de cometerlo, no preguntara, buscando enemigos del Islam, si los turistas eran cristianos o judíos, es decir, su significación religiosa, y sólo preguntara si eran occidentales.

¿Y el complot islámico? ¿Qué es y en que consiste?.
Según algunos analistas occidentales la teoría del “complot”, que no es discurso corriente entre los diferentes grupos islamistas, los fundamentalistas islámicos buscan, a través de su unión en la religión, y con la yihad como herramienta, la imposición de un Califato mundial, un Imperio Islámico con una neo-umma (comunidad de creyentes) transnacional. Califato que tiene como enemigos Occidente y aquellos países musulmanes traidores al Islam.
Más en concreto, tales analistas se apoyan en la fatwa (cumplida) de Osama Bin Ladem y otros, declarando en 1998 la “guerra santa” a los EEUU. Guerra que con el tiempo procuraría la caída del “imperio norteamericano” y de sus aliados, momento en el que sería sustituido por el “imperio islámico” que aglutinaría a todos los países musulmanes.
Teorizando sobre esta simplificación estaríamos, con el “complot islámico” aprovechando el “choque de civilizaciones”, en el advenimiento de una nueva guerra mundial en la que ya no se enfrentarían coaliciones de Estados sino civilizaciones: entre el occidente cristiano y el mundo musulmán (y también dentro de éste, entre los fieles y los traidores al Islam en la interpretación de los fundamentalistas).
Hipótesis de guerra que se afirma más en la mente occidental con el manifiesto interés de algunos países musulmanes de poseer energía nuclear y la posibilidad de que pudieran fabricar armas nucleares (caso de Irán).
Sin embargo los objetivos concretos manifestados por Osama Bin Ladem y sus seguidores, a pesar de sus exageraciones propagandísticas, son algo más limitados, más realistas y algunos acordes con situaciones del pasado mediato e inmediato: acciones violentas contra militares y ciudadanos de los EEUU hasta que reparen sus pecados (fatwa de 1988): ocupación de la península arábiga violando su Tierra Santa con la presencia militar y saqueo de sus recursos, apoyo a regímenes y monarquías árabes traidoras del Islam y opresoras de su pueblo, imposición de su política a dichos países, agresión a Irak, apoyo a Israel en la ocupación de Palestina.
Objetivos cubiertos lógicamente con un discurso religioso que, citando textos coránicos, incita a la violencia.
Asimismo, en relación con el Califato antes aludido también parece que el planteamiento de Bin Ladem es más modesto: establecimiento de un Califato en Oriente Medio sometiendo los países musulmanes infieles (“corrompidos” por los EEUU y aliados) que dote a la región de unidad política y religiosa.
Así, el ataque a los EEUU tendría como motivo teórico, desde la visión del atentado por parte de los árabo-musulmanes como un éxito en la guerra justa y sagrada contra Occidente, la búsqueda de una respuesta agresiva y visceral por parte de los EEUU (cabeza de Occidente) contra el Islam propiciando, como reacción, la necesaria unidad de respuesta en el mundo árabo-musulmán alrededor de las consignas de la yihad, lo que aseguraría la victoria de los movimientos islamistas permitiéndoles la conquista del poder, en un primer momento, en los países musulmanes (33).
De todas formas, la dinámica de acción-reacción establecida por ambas partes: hiperterrorismo islamista (11-S, 11-M, 7-J en Londres…)-respuestas armadas occidentales (“ataques preventivos”: Afganistán, Irak,…, sin motivación religiosa), cristalizada en las cuestiones religiosas de forma exagerada por la propaganda, no permite, por el momento, vislumbrar una salida a la situación parando esa “guerra mundial” en marcha contra un enemigo tan abstracto y difícil de ganar militarmente como es el terrorismo.
Además, hay que tener en cuenta que, por un lado, la actual estrategia de confrontación de los EEUU y aliados con los árabes y musulmanes planteada como reacción al 11-S, según analistas del tema, se caracteriza por una ignorancia total de las realidades culturales, políticas, sociopsicológicas e históricas de la zona (34) y que, por el otro, en gran parte de los países árabo-musulmanes hay, en general, una enfermiza y negativa obsesión, aunque no sin razón, ante Occidente y sus actitudes, en la consideración de que todo lo malo que les ocurre es dirigido por los EEUU y demás enemigos del Islam.
Así, Occidente y Oriente, dos viejas, desgastadas y acrisoladas realidades que han estado cruzándose siempre sin encontrarse seguirán sin encontrarse mientras su relación siga planteándose y desarrollándose todavía en términos de radical oposición mutuamente excluyente y de insensata y feroz disyuntiva (35).
Para algunos de aquellos que creen en la posibilidad o en la existencia del “choque de civilizaciones”, la búsqueda de soluciones, al margen de la aplicación de medidas militares y policiales, necesarias pero insuficientes para poner fin a esta guerra, no pasa sólo, para parar toda acción-reacción, por la eliminación del terrorismo islamista y de los excesos violentos occidentales de respuesta, sino por la desaparición de sus causas y del contexto sociopolítico en el que aquel prospera (pobreza, crisis moral e ideológica, falta de expectativas de futuro,…), y por el conocimiento y entendimiento mutuo (de lo religioso incluido) que lo haga posible (36).
Occidente tendrá, en cierta forma, que “limpiar el pasado” y acostumbrarse a convivir con las fuerzas islámicas que, sin prisa pero sin pausa, van obteniendo el poder en la región, y Oriente que revisar su visión de Occidente, abandonando la absurda concepción de enemigo ancestral del Islam, y modificar sus planteamientos radicales del Islám político cara a sus sociedades y al exterior.
A pesar de sus detractores (entre ellos los EEUU), el planteamiento de una “alianza de civilizaciones”, “alianza” que responde a la necesidad, experimentada más allá de las muchas divisiones que la separan, de que la comu­nidad internacional emprenda un esfuerzo decidido, tanto a nivel institucional como a nivel de la sociedad civil, para superar los prejuicios, las ideas falsas, los errores de apreciación y la polarización (37), encaja con lo expuesto por cuanto puede ayudar a lograr la estabilización en Oriente Medio a través de la cooperación antiterrorista, la corrección de las desigualdades económicas y el diálogo cultural.
Entendimiento mutuo en el que también las religiones y sus “iglesias”, todas, tanto en Occidente como en Oriente, tendrán mucho que decir ante el gran reto de la paz. En primer lugar evitando que la religión siga apareciendo como factor justificador o motivador en las guerras y conflictos y, en segundo, siendo auténtico ejemplo para la convivencia.




NOTAS:
(1) BIBLIA DE JERUSALÉN: Como ejemplo valgan las siguientes: Números 31:2: Haz la venganza de los hijos de Israel contra los medianitas…; Deuteronomio 20:16-17: Pero de las ciudades de estos pueblos que Jehová tu Dios te da por herencia, ninguna persona dejarás con vida, sino que los destruirás completamente; al heteo, al amorreo, al cananeo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo, como Jehová ti Dios te ha mandado; Samuel 15:18: …Ve, destruye a los pecadores de Amalec, y hazles la guerra hasta que los acabes.
(2) CORAN: Referencias a la “guerra santa” encontramos en : Sura 2:190-195, Sura 3:142, Sura 4:71-78 y 94-96, Sura 8: 39, 59-66 y 72-75, Sura 9:5-16, 29-31, 38-52 y 81-89, Sura 16:110, Sura 22:39-41, Sura 22: 39-41, Sura 29:6, Sura 47:35-38, Sura 49:15, Sura 61:10-13.
(3) BOUTHOUL, Gastón, Tratado de Polemología, Ediciones Ejército, Madrid, 1984, p. 127.
(4) Ibíd., p.128-129
(5) ARENCIBIA DE TORRES, Juan, Diccionario Biográfico de Literatos, Científicos y Artistas Militares Españoles, Colección Perseverante, Heráldica Borgoñona, Madrid, 2001, p. 196. NAVIA-OSORIO Y VIGIL ARGÜELLES, Álvaro Teniente General, diplomático, político, escritor, embajador en París, vizconde del Puerto y tercer marqués de Santa Cruz de Marcenado, nació en Santa María de Vega, junto a Navia (Asturias) el 19 de Diciembre de 1684 y murió heroicamente en la defensa de Orán el 21 de noviembre de 1732. Estuvo entre los fundadores de la Real Academia de la Historia en 1725. Entre otras obras escribió sus Reflexiones Militares, libro de cabecera de Federico de Prusia y de Napoleón.
(6) Ibíd., p. 196. Según Almirante, la obra es un monumento de literatura militar española. Se publicó en Turín en diez tomos entre 1724 y 1727, y en 1730 apareció en París el tomo XI. Fue traducida al francés, italiano, alemán, turco, japonés, etc.
(7) MARQUÉS DE SANTA CRUZ DE MARCENADO, Reflexiones Militares, Ministerio de Defensa, Madrid, 2004, p. 242. El autor señala: Nadie ignora cuando sea justa y digna de alabanza la guerra que se emprende por defensa de la religión, con que no me detendré en persuadirlo (Capítulo VIII).
(8) Ibíd., p. 254-258. Capítulo XXIX.
(9) Ibíd., p.
(10) Historiador y americanista español (1880-1949).
(11) VIGÓN, Jorge, Milicia y Regla Militar, EPESA, Madrid, 1949, pp. 317-318.
(12) Ibíd., p. 318.
(13) MORETTI, Francisco, Diccionario Militar. Español-Francés, Imprenta Real, Madrid, 1828, p. 206. Este autor realiza una de las más reducida clasificación de las guerras: directa, indirecta y civil.
(14) CORSINI, Luís, Vocabulario Militar, Imprenta del Semanario la Ilustración, Madrid, 1849, pp. 335-337
(15) VILLAMARTÍN, Francisco, Nociones de Arte Militar, Ministerio de Defensa, Madrid, 1989, pp. 53-70.
(16) ALMIRANTE, José, Diccionario Militar, Ministerio de Defensa, Madrid, 1989, T. I, pp. 636-650. Aunque al exponer las diferentes clasificaciones históricas de la guerra recoge la “guerra de religión”, posteriormente, al hablar del contexto actual, no la desarrolla.
(17) Concepto moderno nacido en los EEUU a principios del s. XX en el seno de las comunidades cristianas protestantes que propiciaban, ante los problemas de la sociedad, el regreso a la aplicación estricta de los fundamentos de la Biblia. Concepto que se hizo extensivo a los fundamentalistas islámicos que requerían la aplicación literal del Corán. En ambos casos, quieren que su libro Sagrado, considerado fundamental, tenga la máxima autoridad por encima de las leyes.
(18) SALEH ALKHALIFA, Waled, El ala radical del Islam. El Islam político: realidad y ficción, Siglo XXI, Madrid, 2007, p. 152.
(19) Ibíd., p.91.
(20) MEJÍA, Jorge, Cardenal, Entrevista en “La Nación”, Roma, 2005.
(21) Además de gran desproporción entre las fuerzas combatientes, no hay frente determinado, ni acciones militares de guerra convencionales. Actualmente diversos teóricos de la guerra consideran la “asimétrica es la guerra que más aparecerá en el futuro pudiendo representar el inicio de la 4ª Guerra Mundial.
(22) JOROJAVAR, Farhad, Los nuevos mártires de Alá. La realidad que escinden los atentados suicidas, MRahora, Madrid, 2003, pp. 14-22.
(23) MARTÍNEZ MONTÁLVEZ, Pedro, El reto del Islam. La larga crisis del mundo árabe contemporáneo, Temas de hoy, Madrid, 1997, p. 53.
(24) SALEH ALKHALIFA, Waled, El ala radical del…, Ibíd.…, p. 165.
(25) SALEH ALKHALIFA, Waled, El ala radical del…, Ibíd. , p. 152.
(26) RAMONET, Ignacio, Guerras del siglo XXI. Nuevos miedos, nuevas amenazas, Mondaroi, Barcelona, 2002, p. 11.
(27) SALEH KHALIFA, Waled, El ala radical del…, Ibíd., p. 152. .
(28) RAMONET, Ignacio, Guerras del siglo…, Ibíd., p. 50.
(29) Ibíd., p. 57.
(30) SALEH KHALIFA, Waled, El ala radical del…, Ibíd.., p. 155.
(31) Ibíd., p. 162.
(32) EL MUNDO, El enemigo del año: Osama Bin Laden, 28 de diciembre de 2001.
(33) KEPEL, Pilles, La yihad. Expansión y declive del islamismo, Ediciones Península, Barcelona, 2002, p. 14.
(34) IRANI, George, Negociar con los antiguos enemigos en Oriente Medio, Foreign Policy-Edición Española, Nº 14, Fride, Madrid, abril-mayo, 2006, p. 46.
(35) MARTÍNEZ MONTÁLVEZ, Pedro, El reto de…, Ibíd.., pp. 199-201.
(36) SALEH KHALIFA, Waled, El ala radical del…, Ibíd.., p. 156.
(37) MAE, Alianza de Civilizaciones, Dirección General de Comunicación Exterior, Madrid, 2005, p. 9.

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