sábado, 27 de octubre de 2007

LAS "CAPELINHAS" DE SAN MARTÍN


LAS “CAPELINHAS” DE SAN MARTÍN

(“Sentimientos de Lisboa”. Artículo Diario de Burgos. Burgense)

Fernando Pinto Cebrián



El “paladeo” de los nuevos vinos, acompañado del deleite de las primeras castañas asadas, inicia, en estas alturas del otoño portugués, el ritual de todos los años: se abre el camino hacia la fecha de máxima exaltación de tales productos, el 11 de noviembre, día de “Sao Martinho” (San Martín, el franciscano francés que partió su capa entre los pobres acosados por el frío), día de las “capelinhas” (capillitas) en su honor.
Día en el que se sigue tradicionalmente el dicho o refrán portugués de “pelo Sao Martinho vai a adega e prova o vinho” (para San Martín ve a la bodega y prueba el vino).
Dejando a un lado la fiesta religiosa, bastante abandonada por cierto (el templo ha dejado paso a la bodega ya que algunas Hermandades del Santo se constituyeron con los mayores aficionados al “trasiego” del lugar), la manifestación popular, también evolucionada (antes se comía en la Capilla del Santo y luego se sermoneaba desde dentro de una cuba de vino), se ha convertido principalmente en una explosión de alegría profana, tal vez necesaria ante la cercana llegada del triste invierno.
Así, en Lisboa, ese día, en muchos de sus barrios, se organizan bailes, músicas y puestos donde el vino nuevo (“jeropiga” y “agua-pé”, preparado con el bagazo de la uva al que se le añade agua para conseguir un vino “fraco”-flojo-) y el viejo se pueden degustar abundantemente para ahogar penas y afinar gargantas. Fiestas donde las castañas asadas de acompañamiento, antes prácticamente único, son ahora una vianda más de las múltiples que allí se presentan para “petiscar” (picar), para “aconchegar” (llenar, trabar) el estómago.
Finalizada la celebración quedará sólo como “resto” festivo, recordatorio durante un tiempo (hasta casi la primavera), la agradable posibilidad de degustar las castañas asadas a la venta en gran número de característicos tenderetes o puestos, fáciles de descubrir en diversos puntos “estratégicos” de las calles lisboetas.
Puestos, hoy estáticos, que sustituyen a los tradicionales vendedores ambulantes de “castañas” de otros tiempos, encargados de abrir el apetito a los viandantes al grito de “quentes e boas” (calientes y buenas). Puestos fijos, soporte de un asador pequeño, básicamente constituido por una especie de palangana, no muy grande, que acoge el fuego, una rejilla encima en la que se colocan las castañas y una especie de embudo metálico, adaptado a lo anterior, sirviendo de horno y de chimenea.
“Resto” festivo, las castañas, que desaparecidas las “capelinhas” del Santo, frías en su abandono, quedan ahí para calentar la “capilla” propia de cada uno, aquella del estómago y nuestro cuerpo a falta de un pedazo de capa que recibir para cubrirnos del relente.

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